Fuego tribal...

un feu

Y es así como los cuatro hombres de las cavernas se quedaron contemplando el fuego. Los conectaba con su esencia misma, con el verdadero motivo de su existencia.
El carbón debajo formando una silueta cuadrada y papel de diario para encender, la combinación ideal para crear el motor de un rico asado porteño. Teníamos una mesa, un buen vino y las copas en una noche fría. El fuego crecía de a poco. Se lo estimulaba con un poco de viento y el carbón se prendía lentamente.
En la mesa se charlaba de política y religión, temas a no tocar en cualquier reunión. Se escuchaban carcajadas, discusiones acaloradas y hasta silencios oportunos. De vez en cuando ojeábamos para ver como crecía. Daba la sensación que nos susurraba pero sólo parecía ser el ruido del carbón y la madera que se consumían.
La carne estaba lista. Primero los chorizos que se cocinan más rápido, el vacío y el asado luego. Usamos una pala para seguir fogueando al fuego mientras se cocinaba la carne. Los chorizos ya estaban listos. Comimos, pero todavía nuestras fauces pedían más. Era el turno del vacío. Un tanto crudo pero era comestible, por lo menos no ladraba. El asado se presentaba ideal, ni muy crudo ni muy cocido y además crocante.
Tardamos una media hora en terminar de deleitar el festín. Aunque todavía quedaba algunas sobras, nuestros estómagos decían basta por hoy. Mientras se agotaban los últimos vasos de vino, uno de nosotros miraba al fuego. Parecía hipnotizado, cautivado por la más vieja de todas las tecnologías y uno de nuestros más preciados bienes. Poco a poco nos fuimos acercando todos. Comenzaba a helar y era el mejor abrigo.
Sin darnos cuenta todos nos dejamos atrapar por sus encantos. Veíamos como la energía consumía las pocas brazas que quedaban. Era como si se las comiera. Parecía tener vida.
Cuando las brasas quedaron reducidas a cenizas no pudimos dejar de alimentar a nuestro patrocinador. Cualquier cosa bastaba, madera, papel, hasta una silla que estaba tirada por ahí sirvió para alimentarlo.
Por un momento recordé al hombre de las cavernas. A lo largo de nuestra existencia, muchos pueblos, desde el inicio de nuestra especie habían protagonizado una situación similar. Hombres cautivados por el fuego en pleno siglo XXI. Era un evento mágico, con millones de precedentes y muchos más por venir. "Un lazo inevitable de nuestra existencia" pensé.
La noche seguía helando pero la cercanía con el fuego nos seguía dando abrigo. Eran pasadas horas de la noche y seguíamos inmóviles. Nos habíamos transmutado a otro espacio, estábamos en trance. De nuestros ojos brotaba el reflejo del fuego.
Y es así como los cuatro hombres de las cavernas se quedaron contemplando el fuego. Los conectaba con su esencia misma, con el verdadero motivo de su existencia.

FIN

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