Una vuelta por "La Giralda"...

qahwa

Eran las 3 de la tarde en la Avenida Corrientes y había mucha gente. En el aire se sentía el olor a comida que emanaba de las tiendas de “fast food”. En el suelo se veía suciedad ocasionada por la gran cantidad de papeles de golosinas, boletos de colectivo, pases de subte y volantes. Predominaban los que están referidos a negocios en el que las mujeres brindan “un servicio”, tan solo por 10 pesos la media hora, o 15 (según la calidad que uno esté buscando). Un hombre con maleta y traje miraba su reloj embobado como si estuviera hipnotizado. Dos mujeres salían de un bar apuradas, parecía que la hora de descanso laboral se había terminado.

El café la Giralda está ubicado al 1453, Corrientes y la calle Uruguay, a una cuadra del teatro San Martín. A unos pasos del sitio , que está a pocos metros de la estación de subte Uruguay, se ve un oficio ya casi extinguido, el “lustrabotas”. El hombre miraba para todos lados esperando que algún zapato ose con pegarse una "lustradita".


En la ventana del Café hay un cartel que dice: “churros rellenos y chocolate”. La puerta, no muy grande, es de vidrio. Al empujarla se da con las mesas. El mostrador se encuentra al fondo a la izquierda. Es grande, de aproximadamente 3 metros y está atendido por un hombre bajito, canoso y con barba, de más o menos unos 50 años. Lo ayuda una señora, gordita y petisa. La barra está adornada por muchas bebidas alcohólicas, mayoritariamente del licor “Bols”. Hay más de 20 botellas a lo largo de toda la barra. Las paredes están pintadas de beige y llenas de azulejos blancos, muy parecido a un baño. Además hay colgadas algunas propagandas muy viejas de “Coca cola” y de otras marcas que no siguen vigentes.


Yendo directamente al fondo, hacia los baños, hay una pared en la que se encuentra un cartel luminoso de color verde y azul escrito en cursiva que dice: “Chocolate con churros Toddy”. Más abajo hay un reloj de pared que marca siempre las 3 y media debido a que está roto. El piso, de color rojo con diamantes negros, se encontraba limpio pero con algún que otro papelito.

Las mesas marrones, de mármol y madera, estaban atendidas por dos mozos que vestían una especie de delantal blanco, pantalón de vestir y zapatos. Como en casi todos los bares, el café viene acompañado de un sobrecito de azúcar y su respectivo vaso de agua, pero aquí sin galletitas.


La gente que había en ese momento aparentaba ser mayor de 50 años. La mayoría estaba vestido de saco y corbata, porque parecía que venían de trabajar. Habían dos tipos que discutían sobre cuadros, otro leía el diario, otro comía con su mujer y uno estaba con cara de cansado, con sus ojos rojísimos y la mano en la frente. Apenas pudo sacar el par de monedas para pagar el café que se había tomado.

En un momento entraron dos personas, también de traje y arriba de 50 años, que se sentaron y pidieron el especial de la casa, churros rellenos con chocolate. Atrás de ellos entró una chiquita que tenìa la ropa sucia y rota. La nena se disponía a pedir monedas, pero rápidamente uno de los mozos la echó sin que pudiera rescatar dinero alguno.


Uno de los mozos se llamaba “Jonathan”y el otro Luis. El primero era más antiguo. Luis sabía que el café abrió en el 35 y no conocía a los dueños pero aclaró que eran ancianos. “Jonathan” era un hombre alto, con ojos verdes y con una edad aproximada de 45 años.Su forma de hablar era peculiar. Tenía una tonada parecida a la de las personas que viven en el campo, pausada y tranquila. A pesar de que parecía un poco tímido contó que el lugar se abrió en los años 50 y que el estaba allí hace 15 años. Dijo que los dueños ya tenían 80 años y que no pasaban mucho por allí . Además, que el bar antes cerraba a las 3 de la mañana pero que hoy en día, por razones de seguridad, cierra a las 12. Contó que los clientes a veces entraban borrachos. Exclamó que se termino peleando muchas veces. “me ca.. a trompadas varias veces”. Nombró a muchas estrellas famosas que habían pasaban por allí: Palito Ortega y Diego Torres. Afirmó que Dieguito era muy “macanudo” y dejaba muy buena propina.

Eran las 5 y media y “Jonathan” paró de hablar, se sentía un silencio muy fuerte. En realidad se llamaba Guillermo , “me dicen Jonathan por joda”. Luis, el otro mozo, era su hermano y el juego de palabras que tenían entre ellos era el de cambiarse el nombre. “suerte pibe, que te vaya bien” expresó Guillermo con una sonrisa.

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