Trotamundos: Brujas...


Nos levantamos por la mañana, desayunamos en la habitación y nos dirijimos a la estación de tren. Cuando llegamos nos dispusimos a ver cual tren nos llevaría a nuestro próximo destino. Anotamos carril de salida y hora. El día estaba un tanto nublado y frío. El trayecto duraba dos horas pero me sentía como niño con juguete, no me molestaba. Decían que esta ciudad es una de las más intrigantes y hermosas por sus canales y su arquitectura neo gótica, algunos hasta la comparaban con Venecia por su hermosura.
Nos subimos al tren y este comenzó a andar. Miraba a mi alrededor y un hombre de complexión morena hablaba exaltado en inglés, afirmaba que llegaría a tiempo aunque estaba bastante ajustado. El inspector del tren se acercó y nos pidió los tickets. Era un señor mayor de bigote y el cabello cubierto de canas, de un rostro amable y ademanes serviciales. Se acercó al hombre moreno y le pidió su boleto. En un perfecto inglés le alertó que no era el tren correcto. Aparentemente el hombre se dirigía a Genk, mientras que este lo hacía en Gent, las palabras a veces nos causan malas pasadas. Resulta que Genk se encontraba en dirección contraria. El amable inspector le sugirió bajarse en la próxima estación y tomar otro tren. Todo esto se lo afirmó confirmando la información en un artefacto electrónico, muy similar a un "postnet" de tarjeta de crédito con pantalla táctil. El hombre rápidamente tomó su teléfono y llamó a su amigo. Por lo que decía iba a llegar tarde ya que su vuelo salía desde Genk hacía otro destino en una hora y media. Las expresiones de preocupación del hombre aumentaban a medida que continuaba la conversación. El tren se detuvo en la siguiente estación y el hombre bajó apresurado hablando por su celular.
El viaje continuó, me relajé y volví a posar mi mirada sobre el tren y sus pasajeros. Me centré en la conversación de un hombre, rubio y de pelo largo y una señora mayor. Lo cierto es que no entendía una palabra de lo que hablaba, el neerlandés no es mi fuerte. Igualmente me esforzaba en comprender pero lo único que llegué a dilucidar por sus gestos es que estaban teniendo una conversación amena. Me preguntaba que tan difícil es manejar muchos idiomas y los misterios y las sorpresas que éstos encierran.
Pasamos por la ciudad de Genk y alrededor de la estación se podía observar un estacionamiento de bicicletas. Cientos de bicicletas estacionadas ofrecían un panorama multicolor y lleno de vida. De distintos tamaños, de difirentes formas, algunas con el casco parecían esperar al dueño pacientes, como el caballo al jinete. Pensaba lo positivo que sería si en Buenos Aires se pudieran adoptar hábitos de transporte como ese.
Continúe mirando el paisaje hasta que el tren se detuvo y anunció la siguiente estación. Estábamos en Brujas.
Nos bajamos y comenzamos a caminar. Una gran avenida circunvalatoria rodeaba a la ciudad. Cruzamos y a lo largo de cien metros comenzamos a apreciar las cajas bajas de ladrillos color ocre, las calles estrechas y sinuosas, los famosos canales.
Continuamos caminando hasta que llegamos a una plaza donde se emplazaban unos monumentos con figuras humanas. Parecían ser soldados. Buscamos un lugar para almorzar pero no nos convencía ningún restaurante (debo decir que la oferta gastronómica de Brujas es bastante cara).
Nos detuvimos unos segundos y sacamos nuestro mapa. No conocíamos mucho de la ciudad (gran error) así que decidimos dirigirnos a la Market Place, centro y punto neurálgico de la ciudad.
Cuando llegamos contemplamos la Torre de Belfry, de gran similitud con lo que vimos en Bruselas. Nos quedamos mirando los monumentos por unos minutos y luego entramos a un restaurante. Cuando lo hicimos el mozo del lugar estaba atendiendo a una familia de brasileros que se disponían a ordenar el almuerzo. El adolescente con ademanes de disgusto le indicó a su padre que prefería comer en el Mc Donalds ubicado a unos metros del lugar, luego de ésto se retiró. Nos sentamos y el mismo mozo se acercó a recibirnos. Comencé a hablarle en inglés pero cuando el notó que nos comunicábamos en español comenzó a dirigirse en nuestro idioma. Lo impresionante de la cuestión es que luego notamos que era un formidable políglota ya que, por lo menos de manera superficial, hablaba neerlandés, español, francés, inglés y portugués.
Terminamos de comer, pedimos la cuenta y decidimos volver a la recorrida de la ciudad. Mientras observaba la forma y colores de los edificios me imaginaba como sería vivir en una ciudad como esta. A los lugareños se los notaba tranquilos pero reservados. Para un hispanoparlante relacionarse no debía ser fácil ya que el neerlandés es un idioma bastante complicado de aprender y además, por lo que escuchamos, los europeos en general son menos cálidos en lo que respecta a las relaciones interpersonales.
Llegamos a un prado con un molino de viento. Tomé el mapa y noté que habiamos llegado al extremo noroeste de la ciudad. Volvimos por donde vinimos y volvimos a contemplar los puentes, los arcos, las casas. Ya oscurecía, miramos la hora y era el tiempo de retornar. Mientras volvíamos notaba como las marcas de ropa se esfuerzan por estar en cada ciudad, a pesar de la fachada neo gótica de los negocios. Caminamos hasta que llegamos nuevamente a la Market Place, esta vez de noche. Volvimos a contemplarla unos minutos y retomamos la marcha. 
Nos topamos con la avenida exterior. El tráfico era bastante fluido. Cuando decidimos cruzarla para llegar a la estación ocurrió algo bastante gracioso. Como no encontrábamos la senda peatonal que cruzamos horas antes decidimos atravesarla una vez que el tráfico mermó un poco. Nos sentimos bastante estúpidos cuando metros adelante notamos que en realidad la Avenida se cruzaba con una especie de puente subterráneo al aire libre.
Llegamos a la estación de tren y emprendimos retorno a Bruselas. La ciudad de Brujas había pasado en nuestro viaje. Nuestra estadía en Bélgica comenzaba a terminarse pero el siguiente y último día prometía, Ámsterdam se asomaba como la frutilla del postre de un viaje tan extenso.

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