Trotamundos: Llegada y Día 1 a Nueva York


Salí de mi trabajo más temprano que de costumbre. Saludé a mi mujer e hijo y me dirigí a lo de mi madre., punto de encuentro del taxi que nos llevaría a mi y a mi hermano Luca al aeropuerto. Nos despedimos y nos encontramos con Martín y su familia., el tercer protagonista de este viaje.
Dirigirme hacia un lugar que no conozco representa para mi una gran alegría. La elección de Nueva York como destino fue en realidad pura coincidencia. Nunca soñé de pequeño con visitar la Gran Manzana. La sugerencia llegó dos años atrás de Hernán, el tío de Lucia , mi novia. Lo definió de esta manera: "Las cuatro ciudades que tenes que visitar en tu vida son Londres, París, Roma y Nueva York". Ya conocía las otras tres. Me dije a mí mismo ¿Por qué no?
Antes de llegar a Estados Unidos, debíamos hacer escala en San Pablo, Brasil. Debo decir que imaginaba el aeropuerto mucho más moderno y mejor organizado. Nos encontramos con la sorpresa que en tres puertas se embarcaban 15 vuelos y el nuestro estaba retrasado una hora. La sala de espera se encontraba repleta y las sillas a esa altura se habían convertido en un lujo. Luego de esperar esa hora y media finalmente embarcamos.
Ya instalados en el avión nos llevamos una grata sorpresa al ver el sistema de películas y audio con el que contábamos.  Mi selección fue la segunda parte del Hobbit. La gran decepción fue saber que el único subtitulado disponible era el portugués. Para mi fortuna la trama se podía seguir bastante bien dadas las circunstancias. Luca protestaba. Su pantalla se trabó en la cámara trasera del avión y como era de noche lo único que visualizaba era el negro profundo del cielo. Luego de quejarse un buen tiempo tomó la almohada, bajó su capucha, se cruzó de brazos y se recostó para dormir. Luego de 2 horas de película los párpados se me caían pesadamente. Luego del resistir por media hora pare la película y me acosté a dormir.
Al día siguiente me desperté con el desayuno. Luego de comer vorazmente (la ansiedad me carcomía) termine la película del día anterior. Unos minutos antes del final, el capitán señalaba que en unos minutos aterrizaríamos. La carrera entre el fin de la película y el inicio del aterrizaje me ponía nervioso (manía del autor, si empiezo algo deseo terminarlo desde que no pude terminar lo que el viento se llevo en la casa de un tío muchos años atrás). Para mi fortuna la película terminó momentos antes del aterrizaje.
Si bien nos daba cierta intriga y nerviosismo el pasar los controles de seguridad  para entrar a Estados Unidos, debo decir que todo se desarrolló sin complicaciones, tanto así que el policía que nos atendió nos dio como tiempo máximo para permanecer en el país dos meses más de lo que imaginábamos.
Nuestro primer desafío fue encontrar la tarjeta para el Metro. Llegamos a las máquinas expendedoras pero como no nos fiábamos le preguntamos a la empleada de seguridad que por suerte hablaba español. Nos indicaba que podíamos comprarla en un quiosco frentes a las máquinas. Por 30 dólares  la metro card nos daba acceso al metro las 24 hs durante 7 días .
Ya en los molinetes la misma empleada nos indico como debíamos poner la tarjeta. Pase yo, luego Luca pero Martín ponía la tarjeta al revés repetidamente. La empleada ya exasperada tomó la tarjeta ella misma y la pasó por él. Casi como una madre a un hijo lo regaño tomando se las manos y agitándolas de arriba a abajo con signos de fastidio.
Ya en el Airtrain, el tren que conectaba con el metro, la esencia de Nueva York se dejaba entrever. Una mujer hablaba en un lenguaje que me sonaba a Rumano o Serbio al mismo tiempo que una pareja de chinos contemplaba la vista de la ciudad y en paralelo dos afroamericanos charlaban entren ellos y sonreían haciendo chistes. New York, la ciudad de las nacionalidades.
El recorrido desde al aeropuerto a Midtown, donde se encontraba nuestro hostel, demoró unos 40 minutos.
Si bien estábamos en la ciudad hace dos horas, para mi caer en la idea de que pisaba Nueva York fue al salir del metro y encontrarme con lo imponente de la ciudad. Los rascacielos, los taxis y la gente caminando apurada hablando por sus celulares me introducía en un marco que reconocía de las películas de cine pero nunca había experimentado.
Caminamos unas 8 cuadras desde la avenida Lexington y calle 42  hasta la calle 34 y la 3er. avenida. Subimos a la recepción del hostel. Nos atendió un hombre de anteojos con el pelo rubio platinado que se hacia llamar (o era tal vez su nombre real, nunca lo sabremos) Caruso, aparentemente por sus dotes en el canto. Pagamos, dejamos la valija en el hotel y nos fuimos a caminar ya que nuestra habitación se desocupaba en una hora.
Caminamos hacia el sur y llegamos hasta Union Square. En ella pudimos contemplar una feria donde vendían alimentos como pescado, miel y especias. La plaza se encontraba repleta. Tal vez por el día caluroso y soleado del que disfrutábamos.  Continuamos camino hacia el Gramercy Park. A esa altura estábamos exhaustos y queríamos tomar asiento dentro del parque pero a medida de que dabámos vueltas para entrar notamos que sólo los residentes del barrio tenían acceso al mismo. Los pocos que entraban utilizaban unas llaves, hechos que nos impresionó mucho ya que aquí en Argentina todos los parques son de acceso libre. Debido al cansancio del vuelo y todo lo que habíamos caminado decidimos parar en un Taco Bell, cerca de Union Square. Ya con el tanque lleno seguimos por Broadway, bordeamos el Madison Square Park y mi intención era llegar hasta el Bryant Park, pero mis compañeros desistieron de mi idea y al llegar la calle 23 emprendimos el retorno al hostel.
Entramos en la habitación. La misma contaba con dos camas dobles, amplia iluminacion, escritorio y hasta una heladera pequeña. El panorama acogedor pareció implosionarnos. Dejamos rápidamente todo y nos recostamos. Parecía ser que el clima era muy cambiante en la ciudad. Durante toda nuestra estadía el clima estaba invadido siempre de sol radiante. Tan solo 3 horas después de llegar una lluvia intensa caía violentamente.
Eran tan solo las 5 de la tarde. Yacía recostado en mi cama y una fuerza dentro mío me impedía quedarme en esa posición. Era mi primer día en Nueva York y mi voz interior me decía que debía salir a caminar. Me puse las zapatillas, una campera y miré alrededor buscando algún cómplice pero mis compañeros de aventura no parecían tener la misma energía que yo. Dormían profundamente.
Me dirigi hacia la puerta del hostel. Observe unos segundos dubitativos la cortina de agua del exterior y me empuje hacia afuera.
Fascinado pero con una melancolía casi cinematográfica compré un café en Mcdonalds y me lo fui tomando mientras me mojaba al caminar debajo de la lluvia. Me fui caminando para el lado de East River sabiendo que cualquier lugar para el que me dirija iba a ser un descubrimiento, una conquista. A pesar de lo nublado del día, pude apreciar nuevamente los edificios altos y modernos, las avenidas anchas y algunos apartamentos de estilo victoriano que parecían resistir el avance de los rascacielos gigantes, como si conservaran en ellos parte de la historia británica y holandesa de los primeros colonos.
De repente paró de llover. Los autos no dejaban de pasar en una calle que luego se convertía en autopista y muchos se apresuraban para correr a las plataformas de los ferrys que los llevaban a Queens y Brooklyn.
Me dirigí rumbo al norte en dirección a Tudor City. En una plaza de juego, desierta por el mal tiempo, una madre jugaba con su hijo al béisbol. Sea el lugar que fuere, madre hay una sola. Rápidamente llegué al edificio de las Naciones Unidas. La inmensa torre, tanto de ancha como de alta, se impone a la lejanía y en contraste de la zona de edificios bajos del barrio. Tan grande era que tuve que alejarme unos metros para que mi celular pudiese captar la fachada completa. Pasé unos minutos allí y luego me escurrí por los rincones del barrio. Este se encuentra elevado en relación a otros y en el se pueden ver jardines con arreglos florales muy detallistas y coloridos.
De allí tomé la Calle 42 hacia el oeste hasta divisar el Chrysler Building, muy característico de Nueva York como el Empire Estate, Top of the Rock y Flatyron Building. Al lado del imponente edificio me topé con la Grand Central Terminal, una de las estaciones de tren más utilizada en el cine.Al ingresar a la estación me vi completamente deslumbrado por el tamaño del lugar. Los grandes ventanales de vidrio, la bandera de bandas y estrellas, el color amarillento del mármol y su imponente iluminación me sorprendieron a tal punto que decidí quedarme unos minutos a contemplar tan tremendo lugar.
Ya se estaba haciendo tarde y visto y considerando que no había dejado avisado a mis compañeros de viaje de hacia donde me dirigía (ni siquiera yo lo sabía) decidí emprender el regreso.
A mi retorno los dormilones recién se despertaban. Eran alrededor de las 18.30. Nos bañamos y salimos en dirección a Times Square.
Debido a que era fin de semana, toda la zona de Broadway se encontraba repleta de gente. Las carteleras extremamente iluminada, los anuncios, los pubs llenos, recreaban una atmósfera conocida pero jamás vivida.
Caminábamos por la zona mirando el mapa para saber como llegar a la mítica plaza neoyorquina, hasta que lentamente a nuestra derecha podíamos apreciar el gran edificio del New York Times con los famoso carteles de publicidad. Toda la zona era un centro iluminado. La gente reía porque sabia que estaba en un lugar conocido a nivel mundial. El hecho de pisar ese suelo nos provocaba un sentimiento de desconfianza, como si esa escena no fuera real.
Sacamos varias fotos, sobre todo desde las tribunas que pueblan parte de la plaza, y nos fuimos a cenar.
Entramos a una clásica pizzería norteamericana situada a unas dos cuadras de allí. Pedimos unas pizzas acompañadas de unas gaseosas. La porción, con menos queso pero mucho más grande que una "chicago style" como le dicen a lo que se come acá en Argentina, superó ampliamente las expectativas, sobre todo para mi hermano Luca que quedó enamorado de la pizza parecida a la de las Tortugas Ninjas. Volvimos por donde regresamos. Por ser sábado en ciertas partes de Broadway se nos hacía imposible caminar.
Ya cerca del Hostel, las calles se volvieron menos transitadas y la presencia de los rascacielos y el silencio me provocaban una inmensa realización en mi yo interior, esa que con ansías busca lo desconocido, la aventura. Llegamos al Hostel, nos acostamos y agradecimos por un día lleno de sensaciones y un porvenir prometedor.






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