Trotamundos: Nueva York - Día 3

Las luces de la mañana de la ciudad de Nueva York penetraban nuevamente por la ventana de nuestra habitación. Como lo hicimos el día anterior, desayunamos en el hotel y salimos a una ciudad que se mostraba completamente diferente a la de los días anteriores. El "maldito lunes" hizo salir esta vez a los neoyorquinos con su latte en la mano derecha y el smarthphone en la izquierda (Es increíble como se concentran al hablar por teléfono, es como si el mundo no existiera más que para el trabajo de oficina).
Volvimos a tomar el metro para terminar lo que habíamos empezado el día anterior, el indomable Central Park. El plan era recorrer el parque de norte a sur. Empezamos a caminar por la ruta principal. Debido al gran tamaño del mismo es como si uno olvidara que está inmerso en una de las ciudades más pobladas del mundo. Mientras observábamos el paisaje del lugar rápidamente se hace notar la gran preponderancia que tiene el deporte, especialmente en la época cálida del año. Caminamos un buen rato acompañados de mucha gente practicando running o montando bicicletas. El número de personas era tan grande que tampoco parecía un día laborable.
Llegamos a North Meadows. Un montón de adolescentes jugaban al baseball. Nos sentamos en unas bancas para tomar agua y descansar un poco. Contemplábamos el paisaje, el murmullo de los jóvenes jugando. Esperamos un rato y luego seguimos. Si bien hasta el momento estábamos bajando por la parte este del parque, decidimos cruzarlo horizontalmente y seguir por la oeste. Mi gran sorpresa fue que a diferencia de lo que pensaba, el parque se podía cruzar en no más de 10 o 15 minutos a pie. Fue una gran sorpresa para mí porque si bien el tamaño del Central Park es considerablemente grande, no lo era tanto comparado a lo que me imaginaba.
Llegamos a la Reserva Jacqueline Kennedy Onassis, un lago artificial de gran tamaño del que, gracias a su forma circular es de las preferidas para los corredores. La vista del parque desde este lugar es de las más hermosas ya que no hay árboles que impidan la vista general del cielo.
Luego de pasar la reserva nos dirigimos hacia los límites del lado este para pasar por el Museo Metropolitano (MET). Llegamos a las escalinatas de las entradas. Un montón de niños con sus maestras esperaban a entrar. Niños corrían, otros sólo almorzaban y muchos se tomaba fotos y se reían. El lugar era un completo bullicio. Los carritos de comida rápida apostados en la calle uno al lado del otro proveían a los visitantes de comida. Tanto así que yo me rendí a la tentación y me compré un Hot Dog (el más caro que pagué por cierto). Mis compañeros no tenían hambre así que cuando terminé de comer retomamos viaje ya que no estaba en los planes entrar al museo.
Seguimos caminando en dirección al sur y nos topamos con el Castillo Belvedere, una construcción que simula a los castillos medievales y del cuál se obtiene una gran vista del parque. Mientras nos acercábamos al edificio empezamos a escuchar a un grupo de jóvenes argentinos. Es curioso lo que ocurre en el exterior con un argentino. Raras veces uno se sorprende o entabla conversación con un compatriota. Especialmente en lugares donde hay muchos. Se adelantaron y los perdimos de vista.
El castillo Belvedere cuenta con tres niveles. Desde arriba uno puede notar un lago en la parte este y los edificios altos que adornan al verde llano del parque. También hay un anfiteatro que por lo que pudimos leer se hacen recitales al aire libre allí. Descansamos, sacamos fotos por unos minutos y luego retomamos la marcha.
Volvimos un poco atrás para apreciar los floriados paisajes del Shakespeare Garden, hechos en honor al escritor. Llegamos a la parte oeste del parque y los muchachos decidieron parar e ir a buscar comida. Yo por lo pronto me sentía muy cansado de caminar y me acosté directamente en el pasto. Una niñera hamacaba a un niño mientras leía un libro. Unos niños corrían y jugaban. Era como una canción de cuna para mí. Mis ojos se cerraron lentamente hasta que de repente se volvieron a abrir. Cuando alcé mi cuerpo tanto Martín como Luca habían seguido mi ejemplo y estaban realizando una siesta reparadora. Esperé unos minutos hasta que todo el grupo se activó nuevamente para retomar camino.
Continuamos por la parte oeste del parque hasta llegar a la fuente Bethesda, popularmente conocida por aparecer en películas como "Mi Pobre Angelito". La reconocimos de inmediato por el ángel que se erige en el centro de la fuente. El lugar se haya compuesto por una terraza rodeado de unas escalinatas que llevan a una galería en el medio y al ángel de la fuente que apunta hacia un pequeño lago. Aprovechamos para usar los baños y seguimos viaje.
Contemplamos el verde del parque, subimos escaleras, pasamos por puentes hasta que finalmente llegamos al final. Anteriormente había aportado a mis compañeros que en alguna parte de la parte sur se encontraba la estatua de San Martín. Curiosamente y sin buscarlo desembocamos en la misma estatua. Nos llenamos de alegría y de goce por terminar nuestro trayecto allí ya que nos pareció un excelente broche de oro. No sólo nuestro gran prócer estaba allí sino que lo acompañaban las estatuas de Bolívar, José Martí y Giuseppe Garibaldi. Todo cobró sentido cuando me di cuenta que ese espacio desembocaba en la Avénida de las Américas (de allí en más, inclusive a la vuelta del viaje empece a prestarle especial atención a estos homenajes con sentido propio que uno por rutina desconoce su historia).
Miré nuevamente al parque y lo contemplé una vez más. Lo observaba como el rey al territorio conquistado. Estuvimos unos momentos y luego nos adentramos nuevamente en la ciudad.
Bajamos hasta el Bryant Park ya que Martín se encontraba ansioso por conocer la Biblioteca Pública de Nueva York, conocida por aparecer en la película "el día después de mañana" (es curioso como el cine y los paisajes se funden con la ciudad). Entramos por la puerta lateral custodiada por dos leones de mármol. La entrada de un color blanco impecable y con un terminado techo de madera conducía a dos escaleras laterales que nos llevaron al piso superior. Luego de husmear un tiempo en la sala de obsequios continuamos por diferentes pasillos que nos llevaron a la sala principal de lectura. Esta, alumbrada por varias arañas colgantes se mezclaba de inconfundibles detalles artísticos de madera con pinturas renacentistas. Contemplamos el ambiente por unos minutos. Una mezcla de estudiantes, turistas y lectores generaba un bullicio latente que no conseguía interrumpir la armonía del lugar. Solo el murmullo casi imperceptible, similares a los que se escuchan en una iglesia, se hacía notar en un espacio reinado por el orden.
Salimos nuevamente por donde vinimos. Debido a lo cansador de la jornada decidimos hacer una parada en un carrito de helados. Sí, esos que también se ven en las películas. De las varias opciones yo me decanté por el clásico cono de chocolate. Martín tuvo una apuesta arriesgada al elegir el de pistachos multicolores.
Seguimos caminando con los conos de helado nuevamente en dirección al norte. Decidimos hacer unas compras en la zona ubicada entre Midtown y el Central Park. Pasamos por la iglesia St. Patrick pero no pudimos apreciar mucho de ella ya que se encontraba en total reparación. Hicimos una parada grande en la tienda NBA donde nuestros espíritus de consumistas apasionados por el básquet se desataron en un frenesí, un tanto controlado de mi parte, de consumo basquebolistico. Salimos y pasamos cerca de Rockefeller Center, continuamos por Sony Store donde probamos varios juegos de PS3 y PS4 hasta culminar nuestra curiosidad en el Apple Store. La tienda, un parque de diversiones para los nerds de la tecnología en los cuales me incluyo, se encontraba en el1er. subsuelo a la que uno accedía por un ascensor. Ya dentro de la tienda debo decir que, más allá del tamaño, un tanto más grande que otras me pareció lo mismo que en otras visitadas. Tal vez el poco dinero para acceder a un producto oficial de Apple hizo que la estadía allí no fuese tan fructífera. La conexión WIFI de 1er. nivel sirvió de punto de encuentro para una llamada por Skype con mi novia y mi hijo en Argentina.
Ya era de noche en la ciudad. Como escurriéndonos, nos dirigimos nuevamente al hostel. Cenamos fruta y nos pusimos a charlar con nuestro compañero de cuarto alemán. Luego de unas charlas de política y cultura decidimos irnos a dormir.











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