Trotamundos: Nueva York - Día 4

Nos levantamos más temprano que de costumbre. El plan diagramado para hoy era la visita a la Isla Ellis y la Estatua de la Libertad. Francamente de chico nunca soñé con conocerla. El pecho se me hinchaba con el Parthenón, el Coliseo y otros lugares donde la historia de la edad media y antigua se vistieron de testigos. Sin embargo si uno va a visitar Nueva York, la visita a la estatua es una parada casi obligada.
Para no demorarnos mucho tiempo en el hotel decidimos desayunar en la ciudad. Buscando algún lugar de los cientos que ofrece la Gran Manzana (los neoyorquinos le dan una especial atención a esta comida) paramos en una tienda de bagels. La oferta gastronómica del lugar ofrecía muchas calorías para afrontar con fuerza el día. Bagels con queso cheddar, huevo, hongos, panceta y demás ingredientes eran algunas de las tantas opciones de gran contenido calórico para elegir. Sentía una gran pesadez debido a la mucha comida rápida ingerida en los últimos días así que opté por una versión más light de yoghurt con cereales. Tanto Martín como mi hermano no fueron tan cautos y se inclinaron por el baguel de huevo frito, panceta y queso cheddar. Mi hermano al finalizar se tocaba la panza saciado como si fuera un guerrero germano luego de comerse a un jabalí entero. Luego de ese desayuno de campeones nos dirigimos hacia Battery Park, lugar desde donde salen los Ferrys hacia la Estatua de la Libertad.
Llegamos cerca de las 11 hs. Para poder ir a la isla y entrar a la estatua uno debe reservar los tickets previamente por internet. La demanda es tan grande que un mes antes del viaje la visita a la zona más alta de la estatua se encontraba agotada. En Clinton Castle, lugar por donde se retiran las entradas, un señor con un pésimo inglés era el acomodador de las filas. "Come Hiere", "Please for this ways" en un acento con una marcada predominancia del español resonaba en los turistas del lugar.  Esperamos media hora hasta que finalmente obtuvimos los tickets. Luego por orden de llegada y después de pasar varios puntos de control subimos a los ferrys que llevan a Liberty Island. Todo el viaje demoró aproximadamente una media hora pero lo disfrutamos mucho ya que desde allí se puede apreciar una de las mejoras panorámicas de Manhattan. Todos los tripulantes se  agolpaban para tomar la foto, tanto así que solo unos pocos se quedaron sentados en el bote.


Al bajar los empleados del lugar nos ofrecieron unas audio guías gratuitas con las que uno recorre la isla y escucha relatos sobre la historia de la Estatua. En mi caso particular no sabía que era un obsequio de los intelectuales franceses, en donde el país europeo en ese entonces se encontraba bajo dominio de Napoleón III, o de la participación inicial de Eiffel en el proyecto y otros detalles sumamente interesantes, obligados para los profesores de historia. Si bien el recorrido es recomendable, es imposible evitar los clichés y el orgullo patriótico que exporta Estados Unidos al referirse al simbolismo de la estatua, no necesariamente falso pero sí un poco agobiante. El contraste entre este orgullo y la veta comercial es tan cercano que al terminar el recorrido uno puede ir a la tienda de obsequios y comprar una mini-estatua de la libertad bailarina. Contradicciones las tenemos todos pero esta me resultaba un poco fuerte.
Luego de terminar nuestro recorrido en la isla decidimos pasar por Isla Ellis. Funcionó como Aduana desde 1890 hasta 1954 momento en que cayó en desuso. Para hijos y nietos de inmigrantes como somos los sudamericanos, el lugar es sumamente conmovedor. Uno puede observar fotos de las miles de personas que pasaron por allí. Imagina sus historias no tan distintas a nuestros abuelos o tatarabuelos que decidieron emigrar hacia Argentina buscando mejores oportunidades. El lugar que más impresiona es el salón principal ubicado en el 1er. piso. Es curioso que años atrás, miles de personas fueron inspeccionadas y revisadas para entrar en suelo estadounidense, similar a El Padrino II cuando Vito Corleone pasa por el mismo lugar.
Luego de contemplar por unas horas el lugar emprendimos el retorno a Manhattan. Ya en el hostel nos reencontramos con Juan y Belén, unos argentinos que conocimos días atras. Previamente habíamos acordado que íbamos a ir juntos al Empire State. Juan era un amante del Central Park confeso. Nos contó había ido a patinar allí casi todos los días desde que llegó a la ciudad. Nos fuimos a bañar y a cambiarnos para partir rumbo a uno de los rascacielos más famosos del mundo.
Ya en la puerta del edificio se nos abalanzaron los cientos de vendedores de entradas que te prometían no hacer cola si les comprabas a ellos. Los eludimos y finalmente nos dimos cuenta que en realidad no se debía esperar mucho. Al cabo de unos 10 minutos ya estábamos dentro del edificio. Lo que más me sorprendió es la imagen con el edificio y la cúpula emanando rayos de sol desde la punta. Es como si el edificio fuera el icono del imperio.
Todo el trayecto se desarrolló muy ordenado. Uno hace un circuito donde a los costados figuran datos del histórico edificio que desemboca a la zona de boleterías. En ese lugar se dio el único hecho reprobable de toda la visita. Al pagar con un billete de 50 u$s la cajera, una mujer de unos 40 años, de tez morena, con cara de pocos amigos, miró a su compañera y con un total desprecio exclamó en inglés la frase "Odio a los turistas". Esperé el cambio y como corresponde a una persona educada le agradecí el cambio con una gran sonrisa dibujada en mi rostro. Seguimos rumbo al elevador que se tornó en una experiencia difícil de recordar. 50 pisos en tan solo unos segundos genera en el cuerpo un efecto que no es comprendido totalmente por la vista y el oido ya que prácticamente uno parecía que no se movía.
Llegamos al observatorio, Un salón semicircular con una hermosa vista de la  ciudad. Mi mayor hazaña fue descubrir la contraseña del wifi del personal de seguridad (el 123456 a veces funciona). Al salir a la parte exterior del observatorio nos dimos cuenta que en las alturas el frío se hace notar. Mientras que en la ciudad se gozaba de una temperatura de 25 grados, allí arriba la térmica bajaba a 10 C°.
Estuvimos allí un buen rato sacando fotos de la hermosa vista de la ciudad. Con tantas luces uno puede divisar los edificios más importantes como el Edificio Chrysler y nota muy bien las avenidas con las luces de los autos. Contemplamos la vista unos minutos más y luego empezamos a caminar por las calles de la ciudad.
Juan escuchó en el Hostel sobre uno de esos nuevos "bar on the roof" llamado 230 fifth. Esta clase de bares son la nueva moda de Nueva York. Como no se pagaba entrada nos dirigimos para allá. La entrada, un edificio común y corriente se encontraba custodiado por un hombre de seguridad que sólo nos pidió los pasaportes y pasamos. Cuando llegamos al bar nos dimos cuenta que desentonábamos bastante con el lugar ya que ibamos vestidos de una manera muy común y por lo que parece los neoyorquinos se arreglan bastante para salir. Para salir a la terraza exterior del bar entregaban unas capas de lana roja, similar a la de caperucita, lo que nos sirvió para camuflarnos entre la pomposa multitud. La gente de salida nocturna es casi igual en todas las ciudades que visité. Ríen exageradamente, hablan exageradamente y toman exageradamante como si hubiera que demostrar lo bien que uno la está pasando. Como las botellas pequeñas de cerveza estaban unos 15 u$S decidimos comprar dos para el todo grupo, no tanto para tomarlas sino más bien para que no nos echen del lugar. Estuvimos afuera un buen rato y luego decidimos retornar al hotel porque era muy tarde y estábamos muy cansados por el día muy cargado que habíamos disfrutado. En el salón, un hombre completamente borracho tenía atrapada "amistosamente" a una chica muy voluptuosa de rasgos orientales. La chica sonreía como si dudara de zafarse o quedarse atrapada. Luego de unos minutos de un cálido forcejeo la chica decidió soltarse. El hombre quedó tambaleando y sonriendo en su lugar. Intenté animarlo para que la vaya a buscar pero no entendió una palabra de lo que dije.
Volvimos al hostel y nos acostamos para afrontar el día siguiente.


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