Trotamundos: Nueva York - Día 5

Debido a lo movido que fueron los días anteriores decidimos tomarnos este día con mayor tranquilidad. Desayunamos tranquilamente en el hotel y alrededor de las 11 hs. partimos para Wall Street. A la hora del almuerzo nos encontraríamos con Gabriel, primo de Martín quién se encontraba viviendo en Nueva York hace algunos años.
Nos tomamos el Metro y llegamos al mítico barrio. Como llegamos un tiempo más temprano de la hora acordada decidimos recorrer la zona. Nuestro primer punto de referencia fue la "Trinity Church" una iglesia anglicana de estilo gótico que fue de las primeras en la ciudad y que aún conserva un cementerio, algo único en la ciudad.  El paisaje del cementerio plagado de lápidas rompía con el paisaje de rascacielos, asfalto y oficinistas. Luego de recorrer la capilla seguimos hacia Wall St., donde George Washington juró como primer presidente del país. Debo decir que me impresionó lo pequeño que es el distrito financiero y en especial la calle donde se encuentran los hombres más poderosos del plantea.. No parecía para nada imponente o diferente a otros centros financieros que he visitado. Asimismo la zona no supera las 10 o 15 cuadras a la redonda. Nos sacamos algunas fotos en la Estatua de George Washington en las puertas del Federal Hall, primer capitolio de Estados Unidos, y como era la hora fuimos a encontrarnos con Gabriel.
Luego de esperar unos minutos salió a recibirnos. Se mostraba amable, medido, pero sobre todo de buenos modales y formas sencillas. Sin dudas la idea que tengo de un argentino viviendo en Nueva York es de alguien extremadamente lo contrario. Esperaba a alguien altivo, pomposo, como decimos en la jerga "un piojo resucitado". Sin embargo Gabriel no se mostraba para nada de esa manera. A medida que avanzaba la conversación me dio la impresión de que estaba conforme con su presente pero no por eso menos crítico a la actualidad de la ciudad y el país del norte. Nos contó que la corrupción de los sindicatos y la obra pública no es distinta a la Argentina y que la gran diferencia es que fluye más dinero. Asimismo tampoco se lo notaba preocupado por el estilo de vida "apurado" de los neoyorquinos. Cuando le pregunté si esa excesiva preocupación por el trabajo no lo abrumaba me contestó: "Somos todos descartables, pero ellos (por los norteamericanos) lo son más". Gabriel trabajaba en una firma y dirigía a un equipo conformado por gente de varias nacionalidades. Debe ser muy interesante trabajar e intercambiar ideas con gente con una idiosincrasia muy distinta entre sí. Parece ser que en la diversidad está el éxito.
Nuestro anfitrión amablemente nos invitó a almorzar en Ulysses, un bar tradicional famoso por sus hamburguesas caseras que eran definidas por él como la verdadera hamburguesa "norteamericana".
Seguimos charlando alrededor de una hora hasta que tuvo que volver a su trabajo. Nos despedimos y antes de hacerlo abrió la posibilidad de una segunda reunión, esta vez en su casa con su pareja Scott.
Seguimos caminando por el centro financiero. Rodeamos el Memorial del 09/11 y llegamos hasta el famoso "toro" de Wall Street. Muchos asiáticos se sacaban fotos tocando los testículos del animal de bronce. La leyenda dice que si uno los toca vuelve a Nueva York. Justo antes de sacarnos la mítica foto nos encontramos con una pareja de argentinos junto a su bebé que entre risas nos contaban que era su segunda vez en la ciudad y que, sólo por si acaso, "volverían a tocarle las bolas" como lo hicieron la primera vez.
Nuestro momento en Wall Street había terminado. Nos detuvimos a mirar el mapa para analizar como llegábamos al Barrio Chino. Decidimos empezar a caminar hacia el este en dirección al Puente de Manhattan.
Caminamos unas 15 cuadras hasta que nos topamos con la estatua de Lin Ze Xu, pionero en la lucha del tráfico del opio por parte de los británicos. Llegamos al Barrio Chino. Poco a poco comenzamos adentrarnos más y más. Los letreros y los ventanales comenzaban a poblarse de colores rojos y azules con palabras obviamente en idioma chino. Otra cosa llamativa eran la gran variedad de productos que se ofrecían en la calle. Raíces, peces, plantas y yerbas todas apiladas una al lado de otras y en todas las cuadras que visitábamos. Una cosa exótica y notoria del barrio son las peluquerías. Muchos jóvenes a las tres de la tarde esperaban para hacerse peinados modernos con colores azules y rojos; y flequillos cruzados y pelo parado.
Seguimos caminando un tiempo hasta que decidimos seguir a Little Italy. En el pasado, el barrio italiano abarcaba una gran cantidad de área dentro de la ciudad pero con el correr de los años el barrio fue "invadido" por el barrio chino. Actualmente quedan de este 4 o 5 cuadras a la redonda. Lo pintoresco de las calles de Little Italy es que están la mayoría adornadas de guirnaldas con los colores de la bandera italiana . Allí se aglomeran todos los restaurantes especializados en pastas y pizza. Llegamos hasta la calle donde se observa el tradicional cartel con el nombre del barrio.
Seguimos rumbo al norte en dirección al Soho. Este nos defraudó mucho. Sobre todo porque particularmente tenía muchas expectativas puestas en él antes de hacer el viaje. Esperaba ver galerías de arte, mucho color y creatividad pero la mayoría de los locales se encontraban cerrados o simplemente no presentaban nada que rompiera con la imagen del lugar. Quizás por ser un día de semana no estaba tan poblado. Caminamos unas cuadras y seguimos rumbo a Tribecca.
Había visto en un programa de televisión que Tribeca se había convertido en uno de los barrios del momento. Muchas estrellas de Hollywood como Leonardo DiCaprio y Robert De Niro tienen un departamento allí. Pasamos por una Universidad en donde salían varios estudiantes. Me preguntaba como sería ser estudiante allí. Observaba a jóvenes con sus libros, entrando y saliendo, charlando entre sí. ¿Se imaginaban que alguien como yo los observaba con curiosidad? Era un observador invisible, oculto y lleno de total curiosidad. Es sumamente interesante intentar captar lo cotidiano. Las luces, los monumentos, las grandes calles como he relatado en otros posteos son fáciles de imaginar, sin embargo dos jóvenes hablando del ensayo que deben hacer para la próxima clase, con sus historias no lo capta casi nadie.
Llegamos a un parque, desconocido para mí y para nada señalado en la rutina del viaje, que estaba montado en una especie de dársena sobre el río Hudson. Fuimos avanzando en la dársena. Llegamos a un mirador con tres asientos. Luca y Martín se sentaron ahí a descansar un rato. Yo aproveché para mirar por uno de los prismáticos que estaban allí. Observaba los autos pasar de la orilla de enfrente en New Jersey y volvía la vista a mis compañeros de viaje. Ambos estaban relajados contemplando el horizonte. Luca tenía sus dos manos apoyadas en la parte superior de la cabeza. Ese instante de repente se volvió un refugio, un instante de reflexión en donde la vorágine y el ritmo rápido dejó lugar a las memorias y los recuerdos. Personalmente recordaba lo lejos que estaba de Buenos Aires, de mi familia y de todo lo que conocía. Ese lapso detenido en espacio tiempo de repente se pinchó y nos obligó a seguir nuestro camino.
Martín le había prometido comprar yerba a unas chicas del Hostel la noche anterior y el único lugar que vendía ese producto era una tienda naturista en Greenwich Village. Hacia allá nos dirigimos.
Tomamos directamente el Metro porque se estaba haciendo tarde. El barrio fue el epicentro de los primeros movimientos de protesta gay. Al caminar unas cuadras notamos que inclusive el movimiento tiene una calle llamada gay st. También fue un gran bastión cultural en la década del 60. Músicos como Bob Dylan y Jimmy Hendrix vivían en el barrio. Al cabo de unos minutos llegamos a la zona comercial y ubicamos el negocio naturista. El local era una especie de supermercado. Se ofrecían plantas y productos de todo tipo y color. El lugar se encontraba repleto de gente por lo que apuramos a Martín que finalmente encontró la yerba. Ya era tarde, pagamos y volvimos en metro al hostel.
Nuevamente en nuestro bunker neoyorkino, decidimos que era tiempo de lavar ropa. Mientras que Luca se quedó chateando en el hall, Martin y yo nos dirigimos a un lavadero ubicado a una cuadra y media. A diferencia de los lavaderos argentinos, este local se encontraba equipado de lavadoras completamente automáticas que hasta daban cambio y recibían billetes. Compramos jabón en polvo y suavizante en sachet, metimos la ropa en una de las lavadoras y la encendimos. Como el lavado completo demoraba unos 40 minutos Martín se puso los auriculares y comenzó a leer un libro. Yo lo imité y tomé mi versión de Alexandros, la novela histórica de Valerio Massimo Manfredi donde relata las aventuras y conquistas de Alejandro Magno. Luego y de unos minutos dejé a un lado la conquista de Persia y salí sólo a la calle. Era una noche cálida. Intentaba captar al máximo los sonidos cotidianos del barrio. Una pareja pasaba y conversaba sobre sus planes para más tarde. Un hombre con capucha pasaba con las manos en los bolsillos de su campera y la mirada fija al pavimento. Se oían risas de una mujer que hablaba por teléfono en uno de los apartamentos de los edificios del frente. Midtown se mostraba, al igual que Tribeca, en su máximo esplendor de cotidianeidad.
Volvimos con los bolsos al Hostel, aprovechamos nuevamente la promoción de la pizza por peso del local de enfrente y al cabo de unas horas nos acostamos.


Comentarios

  1. Vamos que va saliendo Matado. Creo que deberías ayudarme con el título de mi última entrada. Vos influiste para que esa palabra apareciera ahí.

    Se escuchan sugerencias

    Abrazo!

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