Trotamundos: Nueva York - Día 7

El ante último día en la ciudad lo utilizamos para descansar un poco y compensar el ritmo que tuvimos días anteriores.
Mientras que Martín decidió quedarse durmiendo un rato más, Luca y yo fuimos a desayunar. Quería probar algo similar al tentador bagel que desayunaron mis compañeros días atrás así que decidimos entrar a una clásica cafetería neoyorquina. No tenían bagels así que me decidí por un sandwich de pollo, cheddar y salsa picante acompañado de chocolatada. Honestamente pensé que el picante iba a ser un tanto suave pero nuevamente me equivoqué. La lengua picaba como la muerte y mis labios se encendían como si tuviera una llama de fuego cerca de ellos. La única forma de apaciguar el malestar era dándole unos buenos sorbos a la leche chocolatada. Obviamente, cuando se trata de picante, uno simula estar bien como si no pasara nada pero lo cierto es que no disfruté para nada el desayuno.
Luego de esa sufrida experiencia nos encontramos con Martin en Penn Station. Aún no teníamos planes para el día siguiente y él quería averiguar para hacer una visita relámpago a Harvard en Boston ya que nuestra estadía futura en la ciudad era de tan solo una tarde y una noche. Martín se decepcionó mucho cuando vio que todos los pasajes eran caros y no le convenían los horarios. Salimos de Penn Station y llegamos a Union Square. A diferencia del día de nuestra llegada, que era fin de semana y el clima se presentaba favorable, la rutina del día laboral y la lluvia mostraban a una plaza no tan viva y activa como aquella vez.
Como veníamos arrastrando un cansancio acumulado por el nivel de actividades que tuvimos los días anteriores decidimos almorzar y luego tomarnos el Metro hasta el MOMA (Museo de Arte Moderno). Martin no es una persona bastante fanática de los museos, pero como su plan de ir a Boston se había malogrado y ese día la entrada era gratis, decidió acompañarnos de todos modos. El tramo demoró unos 20 minutos. Una beba del asiento de al lado nos sonreía. Cuando la madre escuchó que hablábamos español nos preguntó de donde éramos. La mujer, de aproximadamente 30 años, se mostraba como una mujer de gestos amables, sonrisa resplandeciente y cálida. Nos contó que conocía Buenos Aires ya que vivió en Sudamérica por 5 años, más precisamente en Santiago de Chile. Luego de la cálida charla nos despedimos de la mujer y la beba que continuaba sonriéndonos. Salimos a la calle y caminamos en dirección al MOMA.
Ya en la entrada nos dimos cuenta que si uno desea visitar un museo y disfrutarlo al máximo no es recomendable ir el día donde la entrada es grauita. Nos topamos con una fila de gente que bordeaba media cuadra alrededor. Tras unos minutos de confusión (y duda de quedarnos o irnos a otro lado debo confesar) sacamos los tickets y entramos. Fue mucho más leve de lo que creímos porque en 15 minutos esa enorme cola avanzó y nos vimos dentro del museo.
El MOMA es, para definirlo de alguna manera, una experiencia onírica. La arquitectura del lugar hace que uno no tenga muy claro hacia donde se dirige. Distintas escaleras y sectores hacen que uno por ahí sienta que está en la película Laberinto, cuando el villano encarnado por David Bowie sube y baja por escaleras que desembocan en lugares distintos rompiendo con la ley de gravedad. Recorrimos el lugar y vimos las obras de Andie Warhol, muy interesantes por ciertas, contemplamos muchos cuadros de Gauguin y hasta llegamos a un sector dedicado a los primeros videojuegos (el de los palitos y la pelota de tenis, tan simple pero no por eso menos entretenido). Lo cierto es que no tengo muchos conocimientos sobre arte pero me da curiosidad. Lo que más disfruté, por ser lo más popular y conocido, es la obra "Latas de Sopa Campbell" de Warhol.

En un determinado momento perdimos a Martín y no teníamos manera de ubicarlo por lo que decidimos esperarlo en el hall de entrada. Allí de casualidad nos encontramos con Juan, que también había perdido a Belén. Nos quedamos un rato charlando hasta que finalmente los dos extraviados aparecieron. Juan nos invitó a su fiesta de cumpleaños. El plan era ir a un boliche de Middle East con algunos argentinos del Hostel. Arreglamos que nos encontrábamos en el Hotel a las 9 para brindar pero ninguno de los tres tenía mucho interés de ir. Optamos por analizarlo en el momento cuando llegara la hora señalada.
Salimos del museo y empezamos a caminar. Antes de volver al Hostel decidimos frenar en "Crumbs", una clásica panadería neoyorquina. Lo atendían dos chicas, muy bonitas y agradables. Decidimos tomar café y probar una "Crumbnuts, copia de la "Cronuts" relatada por Eugene, nuestro compañero de cuarto alemán. Merendamos tranquilamente y seguimos camino. Mientras que Martín optó por volver en subte porque estaba cansado, Luca y yo, a pesar del cansancio, no queríamos perder oportunidad en disfrutar la atmósfera de la ciudad así que dividimos caminos. Aprovechamos para ir por tercera vez a Broadway y Times Square. A pesar del día nublado, mucha gente se encontraba próxima a sacar entradas para el Teatro o simplemente recorrer el área.

Cuando llegamos a Times Square nos topamos con un detalle que no vimos en otras oportunidades. ¡Una tienda vendía empanadas! Nos quedamos observando las reacciones de los clientes. Una chica en un grupo de adolescentes, tomaba la empanada, se la llevaba a la boca y les decía a sus amigas, "Its. Good" (¡está buena!) aprobando con un movimiento de cabeza lo que decía con su boca. Como el día siguiente era el último en la ciudad aproveché por comprarle un regalo a mi hijo en la juguetería que visitamos el día anterior. Como es fanático de Mickey compré un peluche del icónico personaje con una remera de "I love New York". No podía esperar a ver su cara cuando lo saque de la mochila. Faltaba bastante para eso porque, a pesar de todo lo visto, nos encontrábamos sólo a mitad de viaje. Visitaríamos más adelante Miami y Boston
Llegamos al Hostel. Juan, Belén, Martín y los argentinos invitados al cumpleaños hacian tiempo en la recepción.  Por la cara de Martín, nos dimos cuenta que no tenía ganas de ir a bailar y nosotros tampoco. Decidimos quedarnos a brindar con Juan que hasta el final trató de convencernos para que vayáramos pero no tuvo éxito. Una situación graciosa se dio mientras estábamos allí. Juan había prometido en el MOMA que la gente del Hostel había accedido a regalarle un champán de cortesía por su cumpleaños. Cuando se acercó al mostrador de la recepción por lo bajo le recordó de esa promesa al empleado de turno, pero el empleado desconociendo la promesa (o tal vez el chamuyo de Juan, no lo sabemos) le negó varias veces la botella. Juan le insitía en voz baja, como no queriendo que sus invitados lo escuchen. Luego de unos minutos desistió, los que iban al cumpleaños se fueron a bailar. Martín y Luca se fueron a dormir al cuarto y yo me quedé unos minutos más en la recepción revisando el mail y esas cosas. El día terminaba ya. Era hora de juntar fuerzas para disfrutar al máximo el último día de nuestra estadía en Nueva York.












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