Trotamundos: Nueva York - Día 8

Era el último día en la ciudad y queríamos disfrutarlo al máximo. El clima estaba espléndido después de sufrir jornadas lluviosas los días anteriores. El plan para la mañana era ir al Museo Metropolitano (MET). Habíamos coqueteado con la idea cuando fuimos al Central Park pero desistimos a último momento. Martín había tenido suficiente de museos luego de la visita al MOMA así que nuevamente quedábamos Luca y yo solos. Sin embargo acordamos con él disfrutar nuestro último almuerzo a lo grande en un restaurante de Little Italy. La hora de reencuentro sería a las 13 hs. en la esquina de Canal St. y Lafayette St., una zona muy concurrida y con muchos locales de comidas con WIFI gratis (de viaje, al tener los celulares sin roaming ni plan de datos, por ser muy caros, la conexión gratuita resulta fundamental a la hora de conectarse y poder encontrarse con el compañero de viaje).

Desayunamos y nos dirigimos para el Metro. Como el MET se encuentra en la parte lateral del Central Park decidimos hacer una parada antes en el espacio del parque dedicado a John Lennon, ubicado en el lugar exacto donde el líder de los Beatles fue asesinado. Al llegar al lugar notamos que el espacio tenía una atmósfera propia que coincidía con la impronta del autor. Mucha gente se sacaba fotos con el dibujo circular pintado en el suelo con la palabra "Imagine". Un artista callejero intepretaba "Let It Be"con su guitarra y la gente parecía contagiarse de "la buena onda" y los sentimientos de paz que Lennon profesó en los últimos años de su vida.
Seguimos camino al Met. Como dije al principio habíamos dudado bastante de visitar el museo. Las razones que nos hacían dudar era el precio de la entrada, unos U$S 25 y luego, en mi caso particular, el hecho de ir sólo. Sin embargo, como había visitado anteriormente el Louvre, el museo Vaticano, el British Museum (a este por tiempo sólo llegué a la puerta) y la Galería de la Academia entre otros no quería perder la oportunidad de añadir a la lista otro de los museos más importantes del mundo.
Hicimos la cola para entrar y rápidamente nos dimos cuenta que en la vida el que no arriesga no gana. A pesar de que fui preparado para abonar los 25 U$S, la recepcionista nos dijo que el monto era  solamente sugerido. Dejé de todas maneras 15 U$S (mucha gente dejaba tan solo una moneda) y rápidamente entramos al lugar. Ya en la entrada las estatuas de la Grecia Clásica mostraban un panorama despampanante. Alrededor de 50 esculturas griegas bien conservadas me rememoraban a mi paso por Atenas. Pude contemplar a Hércules, Hera y otros dioses y figuras míticas del olimpo ejemplarmente retratadas por la mano de escultores que vivieron y murieron hace miles de años atrás.


Luego continuamos por la sala de arte de Oceanía, África y las Américas donde se muestran objetos de culturas antiguas nativas. Allí pudimos disfrutar Totems de 4 metros de altura, estatuas de caras gigantes y hombres de madera tallada de 4 metros. Cuando uno observa este tipo de cosas recuerda toda la destrucción de la asimilación del hombre europeo en los distintos continentes. Contradictoriamente, la existencia del colonialismo hace posible disfrutar de estos elementos extraordinarios, conservados en un estado impecable,
Al terminar allí seguimos por los salones de la Europa del siglo XVIII. Los salones estaban perfectamente decorados con sillas coloridas, camas de madera macizas con tules y unas arañas de cristal imponentes. Seguimos a la zona dedicada a las armaduras, donde una fila de 12 caballeros montada como si estuvieran cabalgando se llevaba la mirada de todos. Pero no sólo había armaduras y armas provenientes de europa, también encontramos muchas armaduras de samurais y guerreros chinos. Al terminar el espacio de armaduras desmbocamos en la reconstrucción de la fachada delantera de un palacio, con esculturas y asientos para los visitantes. Era un sitio agradable ya que a los costados, los grandes ventanales de vidrio permitian una gran entrada de luz.
Continuamos por el área dedicada al Antiguo Egipto. Vimos gran cantidad y variedad de momias y sarcófagos. Desde niños hasta adultos. Sin embargo las dos atracciones principales eran el templo de Dendur y el Templo de Perneb, ámbos reconstruidos como si estuvieran todavía en su lugar original.
El más majestuoso e imponente era el Dendur. Además de tener mayor tamaño, su entrada estaba custodiada por dos esculturas faraónicas y una gran pileta de agua.
A pesar de que disfrutábamos mucho todas las maravillas ya vistas, se acercaba la hora del encuentro con Martín así que decidimos aprovechar los últimos minutos en la tienda de regalos. Compramos algunos recuerdos y salimos.





Nos había quedado pendiente probar el pretzel que vendían frente a las escalinatas del museo. Compramos uno y al probarlo nos llevamos una gran desilución. No sabemos si era ese caso particular o la receta en sí pero el gusto era extremadamente salado. La cara de asco y reprobación de Luca fue mucho más alta que la oportunidad en la que probó el Frappe. No me gusta la idea de tirar comida pero esta fue la excepción, comimos unos bocados más y lo depositamos directo al tacho de basura.
Tomamos el metro y nos encontramos con Martín en el punto acordado. Los tres caminamos nuevamente hacia el lugar que visitamos días atrás. Entramos a un lugar pintoresco que estaba justo en la esquina. Comencé a observar al mozo y no pude evitar las comparaciones con los que tenemos aquí en los restaurantes de buenos aires. Buena actitud, mucho mejor sentido del humor y esa actitud barrial, cálida. Se me vino a la mente nuevamente lo visto en Ellis Island. Imaginaba la cantidad de familias divididas y hermanos emigrando a Buenos Aires o Nueva York en busca de mejores oportunidades, Me gusta imaginar que la humanidad es tan sólo una banda de hermanos y lo cierto es que tal vez verdaderamente lo sea, sólo hay que abrir los ojos y la mente un poco más.
Para el almuerzo pedimos pasta y mientras que a turistas de otras latitudes este plato les generaba una gran admiración, para nosotros era algo ya visto gracias al peso de la ascendencia italiana en la gastronomía argentina.
Martín había arreglado con su primo Gabriel de ir a cenar a su casa esa noche. Terminamos de comer y aprovechamos la zona para comprar algún buen vino para llevar. Gabriel y Scott tenían un buen paladar gastronómico y no queríamos defraudarlos. Cuando le consultamos a la chica que atendía el lugar rápidamente nos aclaró que era ecuatoriana. Nos contó que estaba en la ciudad desde los 19 años y trabajaba desde entonces. Nos ayudó a elegir el vino, hablamos unos momentos más y nos despedimos de ella.
Pasamos por el hostel a cambiarnos y salimos para Astoria. Si bien era muy temprano todavía (17 hs.) queríamos aprovechar para conocer y recorrer el barrio, Tomamos la línea Q del Metro. El trayecto demoró aproximadamente 40 minutos. Astoria es un barrio residencial en las afueras de Manhattan. Se destaca por sus casas bajas y la gran diversidad étnica que hay en sus habitantes. Gabriel nos contó que en el barrio reside una fuerte congregación de la comunidad griega, posicionándose como la segunda más importante fuera de Grecia. Caminamos un buen rato por las calles del lugar. Calles poco pobladas, mucho más verde y negocios de barrio creaban una atmósfera de tranquilidad y armonía que no se ve en Manhattan. Compramos algunos refrigerios en un almacén de la zona. No perdimos oportunidad y probamos la coca cola de Cherry y su gusto peculiar, a Cherry. Como faltaba alrededor de una hora para llegar a la hora señalada hicimos parada en un parque del lugar. Mientras Luca intentaba conectarse al Wifi y Martín aprovechaba el descanso para tomarse una pequeña siesta yo, como de costumbre, me quedé observando a la gente. Niños jugando con sus padres, grupos de adolescentes jugando al fútbol y parejas caminando plácidamente me demostraban lo enriquecedores que son las plazas alrededor del mundo. Allí se puede ver la faceta pacífica, recreativa y amigable de las personas. Esperamos en el lugar un rato más y retomamos la marcha para la casa de Gabriel.

La casa era tal cual como se veían en las películas. Un pequeño jardín al frente, ambientes espaciosos y un gran jardín atrás. Gabriel se presentaba como un gran anfitrión. Preparó unos bocados de diferentes cosas y nos ofreció martinis y cervezas importadas de distintos países. El plato principal eran las clásicas costillas de cerdo a la barbacoa. Para que no se pasen de la cocción justa las seguía desde cerca y medía constantemente la temperatura de la parrilla con un termómetro. La casa, bien decorada y equipada (todo conectado al Google TV) era un palacio de la modestia acompañada del buen gusto. Todos los detalles sumaban confort sin ninguna pizca de ostentación. La mimada y consentida de la casa era Clara, una perra golden retriever jugetona y muy amigable. Gabriel nos mostraba lo disciplinada que era con las clásicas indicaciones "Sit" o "Roll Over" que la perra obedecía y recibía posteriormente una galleta como premio. Al rato llegó Scott. El era oriundo de Tenesse y se dedicaba al asesoramiento de empresarios. Amigable, de sonrisa fácil y mirada simple se mostró como un buen conversador, a pesar de mi modesto inglés. Cuando le pedí disculpas por mi no tan vasto uso del lenguaje contestó: "No te preocupes. Vos hablás mejor inglés de lo que yo hablo español". Hablamos largo y tendido de todo. Lo que inicialmente fue una charla cortés se convirtió en una mucho más amena y divertida. Ambos eran muy cultos y por sobre todo, humildes. Comenzó a hacerse de noche. El cocinero de la casa trajo el plato principal acompañado de papas rústicas y choclo hervido. Probamos la primer tanda de costillas, Estaban como decirlo, perfectas. Con tan sólo una mordida se deshacian en la boca. Para que el gusto sea mucho más intenso Gabriel nos ofreció tres opciones diferentes de salsa barbacoa, una dulce, una común y otra más picante. Como mi curiosidad pudo más, probé todas ellas. Miré casi sin querer la hora y eran pasadas las 10. Seguimos hablando un rato más plácidamente hasta que llegó la hora de irnos. Me sentí cómodo y muy a gusto, como si conociera a Scott y Gabriel de toda la vida o fueran también primos míos. Nos acompañaron hasta la puerta y nos desearon buen viaje.




Seguimos en dirección a la estación del metro. Había tomado demasiados martinis y mis piernas por una extraña razón (el alcohol) se arrastraban. Cantaba y saltaba de alegría. Nuestra estadía en Nueva York terminaba. Mañana salía nuestro vuelo para Miami. Nos despedíamos borrachos, con el estómago lleno, una sonrisa y una mirada melancólica que apuntaba hacia el cielo negro y profundo de la ciudad.




















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