Trotamundos: Marcos Polo

Tomo un café plácidamente y leo el libro que me acompaña mientras escucho a una familia conversar. Hablan sobre arreglos de la casa y muebles que tienen que comprar producto de la mudanza de dos tórtolos a su propio departamento con su hijita de unos meses de edad.
Al tiempo hablan por teléfono con la abuela y el joven le promete que el viernes la va a pasar a visitar "para darle un besito".
En el ventanal se ve la Municipalidad de la Ciudad y el Museo de Arte. Ya está oscureciendo. Es mi última noche en la ciudad y no puedo evitar la congoja. Sufro lo que autodefino como el mal del nómada. Volver a mi tierra no me produce displacer, lo que me aterra es dejar de estar donde estoy e ignorar tantas historias como la que relaté anteriormente. Para esa familia soy un extraño y tal vez nunca me vuelvan a ver. Verán, con el espacio sólo podemos estar donde estamos, a pesar de que la tecnología nos quiera hacer creer de que somos omniscientes. Podemos ver fotos en vivo de la Torre Eiffel o del Castillo del Conde Drácula pero lo imperceptible, los climas y las atmósferas sociales de los lugares son difíciles de captar.
Empiezo a caminar por la avenida. Miro a las personas pasar y pienso que nadamos en un mar de desconocidos. Cada momento es único e irrepetible y nuestro paso por los distintos lugares también.
Sería muy feliz con la naturaleza del sedentario. Gente que ama su lugar, no se pregunta tanto e ignora conocer cosas nuevas. No me malinterpreten, no me creo mejor que nadie. Sólo subrayo que a los hombres como yo lo apasiona lo extraño, lo desconocido, eso que a lo que uno no puede acceder, al menos no cabalmente. Esa chispa es la que llevó a Alejandro Magno del otro lado del mundo. En vez de él conquistar Asia, Asia lo terminó conquistando a él.
Llego a la puerta del hotel y miro una vez más hacia la calle. Tal vez vuelva a la ciudad o no, el destino es el único que lo sabe. Lo único que podemos hacer es agradecer que estamos vivos y que el mundo es inabarcable para conocerlo completamente. Una suerte de misión imposible que vale la pena fallarla hasta que el hálito vital sea arrancado de nuestros cuerpos. ¿Fin?

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