Trotamundos: Viaje y Río de Janeiro - Día 1

Nos levantamos muy temprano ya con las valijas hechas desde la noche anterior para dirigirnos a la Rodoviaria Tieté, lugar desde donde salía el micro hacia Rio de Janeiro. Como el día anterior nos había dado buenos resultados decidimos tomarnos el Metro hacia la estación de Omnibus. En tan solo media hora estábamos allí. Centenares de personas parecían aprovechar el fin de semana largo de semana santa. São Paulo tiene una población urbana de aproximadamente 16 millones de personas y la Rodoviaria era utilizada como punto de salida para muchos turistas que salían a diferentes puntos del país.
Nos dirigimos al micro. Los asientos e instalaciones del mismo se encontraban en un excelente estado. Al igual que el servicio de traslado al aeropuerto, también contaba con Wifi aunque su funcionamiento era bastante interminente. Minutos antes de salir el chofer se presentó y le recordó a todos los pasajeros las normas de seguridad básicas. Una práctica sin dudas para ser incorporada en los servicios de Argentina. Emprendimos rumbo a Río. A las 2 horas del trayecto frenamos en una parada de autobuses. Como era cerca al mediodía y mucha gente se dirigía al salón comedor del lugar decidimos seguir la corriente. El sistema, que nos tomó un tiempo aprenderlo, consistía en la entrega de una tarjeta con código de barras en la que uno se servía o compraba productos y luego al final pagaba el total en las cajas.
Mi plato contenía una buena porción de arroz brasilero, pollo y una abundante ensalada. Nos relajamos tanto que empezamos a notar que de las caras conocidas de los pasajeros que viajaban con nosotros no quedaba ninguna. Como no entendimos el tiempo que indicó el chofer que teníamos nos apuramos por tomar lo que no habíamos consumido (al punto de que envolví una porción de pollo en la servilleta) y volvimos cerca del micro. La idea de quedarnos varados en ese lugar sin nuestras cosas, debo decir un tanto infantil pero no distante, era más fuerte que cualquier necesidad de comodidad.
Luego de 4 horas de viaje llegamos a la Rodoviaria Novo Río ubicada en el barrio de Santo Cristo. Como ese lugar era presentado como de los más inseguros de la ciudad, investigamos previamente cuales colectivos de línea nos dejaban en Copacabana, barrio en el cuál nos íbamos a hospedar. La estación, un tanto más sobria y pequeña que Tieté tenía algunas tiendas y la clásica estación de ayuda al turista pero al igual que muchas de ellas, las personas que atendían la misma no presentaban una total predisposición y proactividad. A duras penas y no despegando su mirada del celular llegaron a comentarnos que las líneas investigadas no existían más pero que uno de los buses paraba a dos cuadras de la estación. Antes de salir decenas de taxistas, tanto afuera como dentro de la terminal, se disputaban como perros hambrientos cualquier oportunidad de atraer a los turistas recién llegados como si su vida dependiese de ello.
Al salir a la calle, con cierto estupor por la desorientación, divisamos un bus con la inscripción Copacabana. Sin perder el tiempo aprovechamos la ocasión y aunque abonamos la módica suma de 30 reales (casi el triple de lo que costaban los boletos de los buses de línea) preferenciamos la comodidad. El recorrido del bus nos paseó por la zona del puerto, el centro, el aeropuerto Santos Dumont, Flamengo, Botafogo y finalmente nuestro destino, Copacabana. La ciudad se encontraba desierta, particularmente la Av. Gertulio Vargas que llamó mi atención por su gran extensión en lo ancho. Pocas almas se mostraban en una ciudad conocida como una de las más importantes de todo el Brasil. En una primera instancia se lo atribuí al feriado para luego unos días después confirmar lo que dudaba en ese momento.
Ya en nuestro departamento nos recibió Ignacio. Nos mostró las instalaciones y nos deseó buena estadía en la ciudad. Este en comparación del de Sao Paulo era mucho más grande pero con menos detalles de hotelería. Luego de dejar las cosas tomamos un baño y nos dirigimos a recorrer la ciudad. El día no nos ayudaba mucho: Ventoso y nublado. Sin embargo la vereda negra y blanca característica de Copa Cabana nos hacían caer a cuenta del lugar por donde estábamos caminando. Rápidamente nos dimos cuenta que Rio de Janeiro era un lugar donde a los argentinos le sienta bien. Muchas parejas y familias argentinas paseaban por el lugar, curioseaban los puestos de playa y comentaban las maravillas de la ciudad brasilera. Otra cosa notable era como se vivía el deporte. Si los cariocas no están jugando al fútbol playa, juegan a los jueguitos y que la pelota no caiga al piso (y con gran destreza, tanto que con ellos descubrí distintas partes del pie para golpear la pelota) y si no están jugando con los pies lo están haciendo con las manos al voley, y para ello, no importaba ni edad ni estado de forma: todos parecen disfrutar el deporte.
Otra cosa de Copacabana que nos llamó la atención era  su conformación geográfica. Uno al pensar en un barrio piensa en varias cuadras, calles y avenidas sin embargo en este caso no se extiende a más de 5 cuadras de profundidad y 20 de largo.
Luego de caminar y recorrer un poco decidimos volver al hotel para bañarnos y salir a cenar. Sí Río se mostraba espléndida de día y nublada, de noche la atmósfera era aún mejor.
Pero más allá de la mirada turística, la realidad de la ciudad también tiene su lado oscuro. Las avenidas interiores de Río no ocultaban decenas de gente en la calle. La mayoría de las plazas en toda la ciudad presentaban no menos de 10 hombres y/o mujeres viviendo allí y parecía tan estructural que la mayoría de las personas en condiciones de calle no mostraban siquiera una actitud de pedir dinero, al contrario, parecían resignados como si la cosa no fuera a cambiar, ni siquiera por las pocas o muchas monedas que obtuvieran de la caridad.
Caminamos buscando un lugar para cenar que no estuviera muy alejado del hotel y después de dar muchas vueltas cenamos en Devassi. Pedimos dos platos pero lo cierto es que no teníamos tanto hambre por lo que decidimos llevar las sobras. Ni bien pusimos un pie en la calle dos jóvenes nos hicieron ademanes para saber si se las dábamos, entendimos en el acto y se las dimos sin más.
Seguimos caminando por la Av. Atlántica hasta que nos topamos con una heladería. Contrario a lo que uno puede pensar, éstas no son muy comunes como ocurre en Argentina sino que son vistas como algo exótico. El carioca consume mas jugo y fruta que productos cremosos. Era nuestro primer día en la ciudad y decidimos darnos el gusto.
Luego de una hora emprendimos el retorno para el departamento. Nos acostamos y nos dormimos profundamente.

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