Trotamundos: São Paulo - Día 2

La primera parada obligada fue, como si fuera una obviedad, un lugar para desayunar. El lugar elegido fue "la casa do Pão de Queijo" una cadena muy tradicional de brasil. Si bien nuestro portugués era deficiente lo cierto es que el paulista en general es bastante predispuesto a entenderse con la gente que no habla portugués. En todas las situaciones de intercambio idiomático la sonrisa provocada un poco por la vergüenza, servía también de un ademán de cortesía que descomprimía la situación. Ordené un "pao de queijo especial" y cuando lo mordí noté que al bocado tradicional brasilero le habían agregado una porción de queso fundido frío dentro, lo que le daba una textura y sabor exquisito entremezclando lo frío y lo caliente en un mismo mordisco.


Luego de allí caminamos hacia el mercado municipal, lugar donde se vendían frutas de todos colores y sabores. Antes de llegar notamos que la zona era una gran paseo comercial de gran concentración de tiendas para celular, telas y ropa similar al once porteño. Vendedores ambulantes gritaban todo el tiempo tratando de atraer a sus compradores. El gran hormiguero complejizaba su circulación por las calles y diagonales serpenteantes de la zona.
Llegamos al mercado y un sinfín de puestos de fruta y comida ofrecían gran variedad de productos y platos. Uvas enormes y puntiagudas, frutos de colores fuxias y frutillas rojas como la sangre eran ofrecidas a los compradores en una estrategia comercial bastante agresiva. Producto de la buena voluntad de un vendedor que nos dio de probar varios frutos decidimos concretar la compra pero el vendedor había agregado tantos frutos que la cuenta dio la módica suma de 115 reales, aproximadamente 10 almuerzos del viaje. Un poco por vergüenza y otro por incapacidad decidimos avanzar con la compra. Horas después cambiamos ese sinsabor con las frutas que tan caras nos habían salido. A pesar de todo estaban deliciosas.
Salimos del mercado y nos dirigimos hacia el Teatro Municipal. Antes de llegar allí caminamos por el centro financiero. De calles peatonales y edificios altos la comparación con Wall Street era casi obvia. Pasamos por el Pátio do Colegio y el Monasterio de São Bento, dos edificaciones de estilo portugés y de las más antiguas de la ciudad

Como la torre de Banespa, principal mirador de la ciudad, ya se encontraba cerrado nos dirigimos hacia el edificio Italia, otro gran punto de atracción de la ciudad. De características similares al Flatiron de Nueva York, la torre tiene un total de 41 pisos de oficinas y un restaurante en el último. Subimos y decidimos pagar los 30 reales que daban acceso al mirador. Debo decir que fueron bien invertidos. Los edificios de la ciudad, ya de noche, decoraban con sus luces una majestuosa vista. Contemplamos el espectáculo unos minutos y nos fuimos mientras en el restaurante se realizaba una fiesta de casamiento. Ya era de noche y para volver decidimos tomar el Metro.
Comparándolo con el de Buenos Aires, debo decir que el de São Pulo tiene más líneas y cubre mayores distancias. La línea amarilla hasta ostentaba la frecuencia de 2 minutos por tren, algo impensado al menos por el momento en nuestra joven línea H. En tan solo media hora estábamos nuevamente en la Av. Paulista.

Esta ciudad gigante de Brasil, tan poco visitada por los turistas argentinos, me había cautivado el corazón. Tierra para volver otra vez.
La mayoría de compatriotas que conozco que hayan ido, no han venido con muchas novedades de San Pablo. Pero, se sabe, cuando andan por Buenos aires les va igual.
ResponderEliminarMe gustó la analogía con New York que ya mencionás desde el anterior post. Eso sí, Buenos aires bajo tierra tiene también bastante que desearle al bajo tierra de París.
¡Que hagan llegar el subte a la Gral Paz y ahí hablamos, canejo!
Abrazo!